EvangelismoCoach

Compartiendo tu fe en el curso ordinario de la vida

Mientras estuve por Nicaragua, le pedí a mi buena amiga y hermana en Cristo, Susan Finck-Lockhart que escribiera un artículo para EvangelismoCoach. Susan y yo tenemos el privilegio de enseñar sobre el Evangelismo regularmente en varios talleres www.prmi.org a través del país. Conozco a Susan por más de 10 años y estoy agradecido de que nos haya dado este artículo.

Un cambio de paradigma

Luego de venir a la fe en Jesús durante mis años en la secundaria, absorbí el mensaje de que era mi responsabilidad “testificarle” a todos los que por casualidad estuvieran al lado mío — en el tren subterráneo, en la caja para pagar, o en la clase de Inglés.

Era mi responsabilidad determinar como testificarle al mayor número de gente posible.

Si no lo hacia, “ellos-podrían-estar-en-un-accidente-de-auto-y-morir-e-irse-al-infierno-y-sería-mi-culpa-porque-había-sido-muy-miedosa.”

Yo vivía con esa culpa residual después de cada conversación; cada encuentro con casi-desconocidos en la tienda o en el salón de belleza, en que no podía determinar como traer a Cristo a la conversación.

Recuerdo sentirme como un fracaso; como que no podía “hacer” evangelismo.

Algo cambió….

Algo cambió cuando hice mis prácticas de enseñanza a principio de los 80s en la Universidad de Texas en Austin.

Mi maestra supervisora, Helen (no es su nombre real), y yo en verdad congeniamos.

Ella era una mujer contra-cultura, amante de la tierra, de pensamiento abierto, cálida y encantadora, como 10 años mayor que yo. Era dueña de una casa con un hombre con quien no estaba casada. Ambas amábamos a los chicos a quienes enseñábamos, y nos encontrábamos intensamente inmersas en sus vidas.

Encontré que yo no quería “salvarla” ni “testificarle.” Me encontré intrigada por ella y queriendo ser su amiga.

No escondí mi participación con mi iglesia, pero ella no me hizo ninguna pregunta y yo no lo forzé. Almorzábamos juntas en el aula de clases. Ella me enseño sobre la enseñanza de la escritura; sobre como sacar palabras de las cabezas de los estudiantes de secundaria, como animarlos hacia la excelencia periodística y lingüística.

Ella me invitó a su casa a cenar. Hablamos sobre música, películas, y sobre los hombres. Me mostró su congeladora llena de mariguana, empaquetada ordenadamente en bolsitas. Yo estaba fascinada. Ella no podía creer que yo nunca hubiera visto mariguana empaquetada y congelada.

Presente en medio del dolor.

El teléfono timbró tarde una noche, y era Helen, sollozando. El hombre con el que vivía, su novio de nueve años, se había mudado. Vino con una camioneta U-Haul. Se llevó los muebles. Toda su ropa. Ella apenas podía hablar. Ella no había previsto esto.

“Helen — Quédate ahí. Voy para allá,” le dije.

Mientras iba hacia el Sur de Austin, me conmovió la situación de Helen. Me di cuenta de que ella no tenía ancla, base. Su novio había sido su mundo.

Me di cuenta de cuánto yo amaba a Jesús. Él era mi ancla, mi base, mi Señor, mi Mejor Amigo. Sin embargo, creo que Dios me dejó sentir lo que Helen estaría sintiendo. Mientras manejaba en la oscuridad, me di cuenta de lo mucho que quería que Helen conociera a Cristo.

Ella estaba en el jardín esperándome. Nos abrazamos, y ella temblaba en la oscuridad, sobrecogida por el dolor.

Por instinto yo supe que todo esto tenía que ver con Dios atrayendo a Helen hacia Jesús.

No recuerdo mucho de la conversación. Recuerdo el dolor que sentía por ella. Recuerdo ser conmovida por lo hondo de su desesperación. También recuerdo haberle dicho, “Helen, tengo que decirte algo. Necesito decirte que la gente siempre nos va a decepcionar. Siempre van a venir con sus Uhauls y se van a mudar; les va a dar cáncer y se van a morir; se van a cansar de nosotros y se van a alejar. Pero Helen, hay Una Persona que nunca nos va abandonar…”

Y luego le hablé sobre Cristo.

Ahí mismo en su jardín en frente de la casa que tenían juntos, con la mariguana en la congeladora.

Ella escuchó.

Tuve me primera probada de lo que es ser obediente a la iniciativa amorosa de Dios en la vida del aun-no-creyente. Amar a alguien como Jesús los puede amar.

Helen no “oró la oración” esa noche, ni durante el curso de nuestra amistad.

Pero confío en que Dios en su soberanía la traerá hacia Sí Mismo (Pueda que ya lo haya hecho.)

Han pasado 27 años desde esa noche.

Pero estoy agradecida con Helen — y eternamente agradecida con Jesús — por mostrarme como es participar con Èl en amar a la gente perdida y dejarle a Èl estar al mando de crear los momentos para hablar de fe.

Sobre Susan:

Susan actualmente sirve como madre a tiempo completo de cuatro adolescentes maravillosos, y pastora a medio tiempo de El Calvario Presbyterian Church en Waco, Texas. Adicionalmente, dirige retiros y conferencias para Presbyterian-Reformed Ministries, International (www.prmi.org), usualmente sobre Evangelismo y Cooperación con el Espíritu Santo. En su tiempo libre, le gusta correr, leer y  juntarse con sus amistades. Susan, su esposo Bill y los chicos participan activamente en Central Presbyterian Church, Waco.

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